Por Luís Litardo
Cuando nos enamoramos sucede igual que cuando vemos un traje nuevo recién salido de las manos del diseñador.
Lo miramos y tratamos en lo mínimo de estrujarlo, lo tocamos tan delicado, y comenzamos a preguntarnos todo respecto del diseñador, las telas y el hilo con el que fue cosido. Tenemos mucho cuidado al momento de preguntar el precio que ya nos lo imaginamos inalcanzable.
Luego de la exposición, el traje queda en el escaparate de la tienda, donde más personas pasaran a verlo, pero ahora estas personas ya no tienen mayor acceso al traje, pues fue muy bien cotizado que el precio se alteró, por el simple hecho de haber pasado por el examen de personas capaces para saber distinguir la buena calidad.
Cuando el traje es de mala calidad, se lo vende rápido y lo conocen por todas partes, muchos hablan de este traje y a muchos se los ve con él puesto, en la oficina, por las calles, en las fiestas, total el traje ya es común.
Lo mismo pasa con el coito, cuando estamos en la etapa de la adolescencia nuestros cuerpos se comienzan a moldear y terminan por gustar a muchos, que de ver tan gran hermosura, simplemente se retiraran y dejaran que los mejores postores sean los que aprovechen su virginidad, por su puesto, al igual que el traje, su precio es muy elevado y mientras mejor cotizado mejor precio.
Pero si la persona es de mala calidad (como el traje) se la puede ver que es usada por cualquiera, su precio está totalmente devaluado; y, la única felicidad que proporciona es la de saber que está al alcance de todos sin mayor sacrificio. Así es el coito y así es el traje de vestir.
Cuando los años pasan, los trajes por muy caros que sean, si ya fueron usados, también se devaluarán y muchos de los trajes que son muy bien cuidados, serán guardados con mucho amor, lo que se podría considerar un matrimonio que llega hasta la muerte.
Pero si el traje es de mala calidad, se lo guarda por un tiempo si se lo necesita aún, pero luego se lo regala a la primer persona que se tenga en frente y éste, si lo necesita y está muy necesitado, podría hacerlo durar un poco de tiempo, pero luego lo remplazará por otro de mejor calidad o mejor presencia y de esta manera el traje pasa a ser propiedad de los mendigos, que con normalidad visten con telas caras, pero muy mal tratadas, sucias y harapientas. La misma historia de los trajes, se puede aplicar al coito.
Cuando estamos en la plenitud de los días, si la persona es de buenos principios y proviene de una buena formación aun cuando las hormonas se alboroten y salten en busca de quien pueda satisfacer las necesidades, siempre estará pensado, en aquella persona que si se la merezca y a ella entregara todo su amor y todo su ser hasta que la muerte los separe.
Pero si la persona, no viene de buena formación humana, dará rienda suelta al desenfreno de las pasiones y se acostara con quien se lo proponga o con quien le apetezca, hasta quedar vacía, sin dejar nada que alguna persona le pueda importar de verdad.
El coito también lo podemos comparar con una cinta de pegar, como sabemos, estas contienen una goma que hace que la cinta se fije donde se la coloque apropiadamente, una vez que la cinta se la ha usado en demasiados cuerpos extraños, las partículas de todos esos cuerpos se han adherido a la cinta y ya no permiten que esta se pegue a otros cuerpos con firmeza, porque la goma se ha ensuciado con residuos de las otras partes donde estuvo.
Cuando una persona permite que muchas otras personas usen su cuerpo como objeto de placer, se podría comparar con lo que antes hemos descrito.